Santa Mónica, nacida en Tagaste, una ciudad de la actual Argelia en el siglo IV, provenía de una familia cristiana que le inculcó desde pequeña la fe en Dios y la oración. Desde joven, su vida estuvo marcada por su profunda devoción y un carácter virtuoso. Sufrió mucho por su matrimonio con Patricio, un hombre de temperamento irascible y pagano. Sin embargo, Mónica logró, con su ejemplo y paciencia, suavizar el corazón de su esposo, quien se convirtió al cristianismo poco antes de morir.
El dolor más profundo de su vida fue, sin embargo, su hijo Agustín, quien, atraído por el placer y las filosofías del mundo, se alejó de la fe cristiana. Mónica, llena de una fe y una esperanza inquebrantables, no cesó de orar, ayunar y llorar por él, rogando a Dios su conversión. Durante años, lo acompañó en su peregrinar, intentando guiarlo con amor y paciencia. En un encuentro con el obispo de Milán, San Ambrosio, recibió el consejo de no desistir: "Un hijo de tantas lágrimas no puede perderse". Este consuelo la animó a seguir orando sin cesar.
Finalmente, sus esfuerzos fueron recompensados. Agustín se convirtió y se bautizó en el año 387, transformándose en uno de los santos y teólogos más influyentes de la Iglesia. Mónica vivió para ver la conversión de su hijo y, poco después, falleció en Ostia, en paz y en gratitud a Dios. Su vida es ejemplo de perseverancia y fe, especialmente para aquellos que, como ella, buscan la salvación de sus seres queridos. Hoy en día, Santa Mónica es venerada como patrona de las madres cristianas y de todos los padres que rezan por la conversión de sus hijos.
Querida Santa Mónica, esposa y madre preocupada, muchas tristezas se clavaron en tu corazón durante tu vida. Sin embargo, nunca te desesperaste o perdiste la fe. Con confianza, persistencia y profunda fe rezaste diariamente por la conversión de tu amado esposo, Patricio, y tu amado hijo, Agustín.
Concédeme la misma fortaleza, paciencia y confianza en el Señor. Intercede por mi, querida Santa Mónica, para que Dios pueda escuchar favorablemente mi súplica
(ahora aprovecha para pedir a Dios, por la intercesión de San Roque, la gracia especial que desees obtener en esta novena) y me conceda la gracia de aceptar su voluntad en todas las cosas, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos.
Tres oraciones
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia; bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Amén.
Propósito de confesarse y comulgar cuando se pueda.