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La devoción al Santísimo Cristo de la Esperanza nació en el pueblo de Pelahustán (Toledo). El tiempo propio de esta novena es del 5 al 13 de septiembre, por ser el día 14 en de la principal fiesta, pero puede hacerse en cualquier otro tiempo del año.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo, que acercándose el tiempo de vuestra Sagrada Pasión y muerte, y vecino ya el momento de consumar nuestro rescate, ardiendo en llamas de caridad para con los hombres, quisisteis darles la prueba más tierna de vuestro amor con la institución del Soberano y Divino Sacramento del Altar, convirtiendo con vuestra virtud omnipotente la sustancia del pan en la de vuestro Sagrado Cuerpo, y la sustancia del vino en la de vuestra preciosísima Sangre, para que nos sirviesen de comida y bebida, con que en celestial convite se alimentasen nuestras almas: os doy infinitas gracias por este exceso de caridad, y por haberme suministrado con él tan poderoso motivo de esperanza, pues os dignasteis daros a Vos mismo en este Santísimo Sacramento en prenda de la gloria futura que nos tenéis prometida, y que nos daréis si nosotros no lo impedimos con nuestra ingratitud y nuestras culpas: por la tan señalada benignidad y amor que en este misterio nos manifestáis, os suplico, piadosísimo Padre mío, me concedáis la gracia de aborrecer y detestar mis pecados sobre todos los males, por haber merecido con ellos el ser excluido de la gloria y ser arrojado al infierno, y sobre todo por haber ofendido con ellos a vuestra soberana y divina Majestad, digna de infinito amor y respeto. Concededme, Señor, asimismo, que penetrado del más vivo dolor, y afianzado con un sincero y eficaz propósito de la enmienda, logre hacer una plena y fructuosa confesión de todas mis culpas y pecados, sin que la vergüenza o el miedo me induzcan a callar maliciosamente ninguno de ellos, para que purificada mi alma de todas sus manchas, pueda recibir digna mente y con abundante fruto espiritual el pan del Cielo que nos preparasteis en el espléndido convite del Santísimo Sacramento. Concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Dulcísimo Jesús, que postrado en tierra en el huerto de Getsemaní, y entre agonías mortales, orasteis a vuestro Eterno Padre, que si era posible pasase de Vos el cáliz amargo de la cercana Pasión: Yo os compadezco, amorosísimo Redentor mío, por aquel afán, tedio, tristeza y agonía de que se vio sobrecogida vuestra alma santísima con la viva representación del insondable mar de penas, tormentos, afrentas, burlas y dolores de todo género en que os habíais de ver en breve sumergido y lastimosamente anegado; pero al mismo tiempo, alabo y bendigo la gene rosa caridad con que mirando a la voluntad de vuestro Eterno Padre, y al remedio del género humano con tan valeroso es fuerzo que os hizo sudar sangre, os aprontásteis para tan cruda y sangrienta batalla, con aquellas santísimas palabras: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya: el espíritu está pronto, aunque la carne es flaca.” Os compadezco asimismo, insigne Redentor mío, por el inmenso dolor con que se acrecentó vuestra angustiosísima situación, al contemplar la imponderable gravedad y malicia de la ofensa que contra la infinita Majestad de Dios, han causado los pecados, de cuya paga y satis facción os encargasteis, que son nada menos que todos los que ingratísimamente se han cometido, se cometen y se cometerán por los hombres que han sido, son y serán en lo sucesivo; y al mismo tiempo, alabo y bendigo vuestro encendidísimo amor, pues para satisfacer a la divina justicia y remediar nuestra miseria, os dignasteis cargar sobre vuestras divinas espaldas el peso enorme de nuestras maldades, para que no nos hundiesen en el infierno.
Os doy, amorosísimo Jesús mío, infinitas gracias por lo mucho que por mi sufristeis en el silencioso huerto de las olivas, y por el poderoso motivo de esperanza que allí me dejasteis, declarándoos de un modo especial por fiador de nuestras culpas, conformando vuestra voluntad con la de vuestro Eterno Padre, el cual quería que satisficieseis por ellas.
Concededme, Señor, la gracia de que en todas mis necesidades, en todos mis peligros y tentaciones, en todas mis enfermedades y trabajos, en todas mis tribulaciones y congojas, y en todas mis dudas y perplejidades, eche mano del eficacísimo medio de la oración, así para obtener el remedio de mis males, como para conseguir toda clase de bienes, y dadme que ore con la piedad, confianza, humildad y perseverancia de que tan luminosos ejemplos nos disteis en el Huerto, y juntamente la perfecta resignación en la divina voluntad, para que de este modo sean siempre oídas y bien despachadas mis súplicas, y especialmente la que os hago en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra, y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Dulcísimo Jesús, que esforzado con la oración salisteis al encuentro de los crueles enemigos, que capitaneados por el pérfido Judas, se acercaban para prende ros; y que para mostrarnos la verdad y eficacia del generoso propósito que habíais hecho de entregaros a padecer por nosotros, os dejasteis prender, admitiendo el beso del traidor, y dando licencia a aquella turba desapiadada para que os ligasen, encadenasen y atropellasen con los más bárbaros tratamientos: yo os compadezco, amabilísimo Redentor mío, al con templaros preso, vilipendiado y tratado como si fuerais el más insigne malhechor del mundo, pero al mismo tiempo, admiro, alabo y bendigo la generosa caridad que en favor nuestro se descubre en este misterio: porque ¿quién sino el deseo de morir por el hombre, pudo enfrenar vuestro infinito poder, para que así como poco antes con una sola palabra derribasteis en tierra aquella numerosa cuadrilla de gente armada, no la hubieseis también precipitado en el infierno? ¿Quién sino vuestra prodigiosa caridad, pudo levantarlos de nuevo, y darles licencia para ejecutar su malvado designio? ¿Quién, sino la caridad, pudo ligar y sujetar esas divinas manos, que con un solo amago harían estremecer el universo?
Gracias os doy, benignísimo Salvador de mi alma, por haber querido con vuestra prisión castigar en vos mismo la libertad desenfrenada, con que yo, quebrantando toda sujeción y obediencia, he querido vivir a mis anchuras. Gracias os doy, por el poderoso motivo de esperanza que nos dejasteis en la blanda y caritativa acogida que hicisteis al traidor Judas, admitiendo su fingido ósculo de paz, y animándole con el dulce título de amigo a que recobrase la antigua amistad que le ofrecíais, y que le hubierais devuelto, si no lo resistiera aquel pecho obstinado y endurecido.
Concededme, oh piadosísimo Señor, aprisionado por mi amor, la gracia de aprisionar y refrenar mis licenciosas pasiones, para que nunca se desmanden a lo vedado, ni me derrumben al precipicio de los pecados: dadme, Señor, que en reverencia de las ligaduras con que os aprisionaron, cobre yo grande amor a la sujeción y obediencia a mis mayores, huyendo de toda insubordinación y ligereza que me exponga a quebrantar vuestra ley divina. No permitáis, Jesús mío, que sea yo tan desventurado como lo fue el desleal y fingido discípulo, que por no refrenar una vil pasión, se vio por ella inducido a entregar para la muerte a Vos que sois la verdadera vida de nuestras alonas; mil veces muera yo antes que renovar con mis peca dos las antiguas infidelidades y traiciones, pues me disteis la vida con el fin de que en este mundo os sirviese, reverenciase y alabase, y de este modo consiguiese la bienaventuranza eterna y verdadera libertad que nos merecisteis con vuestras ligaduras y prisiones. Por ellas os suplico me concedáis también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Dulcísimo Jesús, que preso por nuestro amor, quisisteis ser conducido a los tribunales de Jerusalén como público malhechor, rodeado, no sólo de guardias y ministros de justicia, sino también de la chusma que se iba agregando por las calles de aquella ingrata ciudad, y en medio de los silbidos y bufonadas de aquel inconstante pueblo, que poco antes os había recibido con palmas en las manos y voces de aclamación en los labios. Bien se echa de ver, Jesús mío, de esta ignominiosa manera con que os arrastran a ser juzgado, que no os llevan a los tribunales para ad ministrar justicia, sino para llenaros hasta la saciedad de afrentas y oprobios, como estaba profetizado.
Yo os compadezco, ¡oh gloria y resplandor del Eterno Padre! al contemplar el desprecio con que fuisteis tratado en las casas de Anás y del Pontífice de los judíos, Caifás, donde por una prudentísima respuesta que disteis, una mano armada de guante de hierro, os descargó tan cruel bofetada que hizo estremecer todo vuestro sacratísimo cuerpo; y por otra no menos prudente, comedida y sabia con que contestasteis al Pontífice, aquella malévola e irritada turba arremetió contra Vos tu multuariamente con bofetadas, puntapiés, puñadas y empellones, y afeando con sus inmundas salivas ese vuestro divino rostro en que tienen por gran dicha fijar su vista los ángeles.
Os compadezco, ¡oh divino Maestro de humildad y mansedumbre admirable! al fijar mi consideración en los oprobios e ignominias que sufristeis en aquella terrible noche en que quedando bajo la guarda de una soldadesca insolente, os toma ron por objeto de su recreo y pasatiempo vistiéndoos de Rey de burlas, prestándoos fingido vasallaje, acompañándole con pescozones y palabras chocarreras e insultan tes; y no menos os compadezco, por el agudo dolor que os causaron las negaciones con que el discípulo a quien más habíais ensalzado, protestó de no conoceros. Gracias os doy, oh soberano Señor, por todo cuanto por mi amor padecisteis en la terribilísima noche de vuestra sacratísima pasión, y alabo, bendigo y venero la ardentísima caridad con que a costa de tantas humillaciones, afrentas y vituperios, quisisteis curar la vanidad, impaciencia y orgullo con que tantas veces ofendí a vuestra Divina Majestad y escandalicé a mis prójimos, y por el poderoso motivo de esperanza que me dejasteis en este misterio, y señaladamente en la benignidad con que mirando al Príncipe de los apóstoles, que cobardemente os había negado, heristeis su corazón, y le abristeis al dolor, y sus ojos a sincerísimas lágrimas de verdadera y continua penitencia.
Concededme, Jesús mío, por vuestras ignominias y humillaciones, que yo me arrepienta de mis pasadas infidelidades, y con lágrimas de sincera contrición las llore y renunciando al orgullo y soberbia, sufra con humilde paciencia las injurias y desprecios que me vengan, soportándolo todo en silencio por amor vuestro que tanto sufristeis por mí con la más heroica humildad, caridad y paciencia: concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo, que por nuestro amor quisisteis ser conducido con gran publicidad y acompañamiento como reo insigne al Pretorio y tribunal del gobernador gentil Poncio Pilatos, y sufristeis ser allí falsamente acusado y llevado al Rey Hero des, donde fuisteis escarnecido y tenido por loco: y vuelto a llevar a Pilatos, permitisteis no sólo que os pusiera en parangón con Barrabás, sino hasta ser pospuesto a tan infame malhechor por el voto del ingratísimo pueblo de los judíos. ¡Os compadezco, oh excelso Rey de la gloria! por lo mucho que padecisteis en estos paseos de vuestra sacratísima pasión. Admiro vuestra inalterable paciencia entre tan calumniosas acusaciones, y la constancia con que os mantuvisteis sin querer responder a aquel orgulloso, disoluto y escandaloso Herodes, que por sus injusticias, torpezas y altivez, era indigno de que le dirigierais vuestras divinas palabras: admiro no menos la fineza de amor con que para curar las llagas de nuestra vanidad y apetito de preeminencias, siendo Vos sabiduría infinita, os humillasteis a ser tenido por necio y falto de juicio, hasta ser en traje de tal paseado por las calles de Jerusalén, y por el mismo fin tolerasteis el que puesto al lado de un público y odioso malhechor, juzgándoos a Vos por más criminal pidiesen para él la libertad y para Vos demandasen a gritos la muerte!
Aláboos, Señor, y os bendigo y os doy infinitas gracias por el poderoso motivo de esperanza que nos dejasteis en estos misterios, y señaladamente cuando en medio de tantas humillaciones y rodeado de tantos enemigos, nos certificasteis de vuestro soberano poder, anunciándoos por verdadero Rey y tal que llegaría tiempo en que sentado sobre las nubes del cielo y rodea do de gloria y majestad, apareceríais para juzgar al mundo, confundiendo la sabiduría del siglo, humillando la orgullosa cerviz de los soberbios, castigando las injusticias de los prepotentes, enfrenando y abatiendo a los desobedientes y revoltosos, y ensalzando a los sumisos y humildes.
Concededme, Soberano Juez de vivos y muertos, que imitando los luminosos ejemplos de humildad que en Vos admiro, viva tan sometido a las disposiciones de vuestra divina providencia, que reciba todos los trabajos, calumnias y humillaciones como venidas de vuestra mano para labrarme con la paciencia la eterna corona de la gloria, y concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo! que a pesar de que examinada vuestra causa fuisteis reconocido inocente sufristeis por amor de los culpables el ser conducido al suplicio de los azotes, y ser ignominiosamente coronado de espinas; yo os compadezco, consuelo y dulcedumbre de mi alma, por los atrocísimos dolores que padecisteis al recibir sobre vuestro delicadísimo cuerpo, millares de azotes de mano de cruelísimos sayones, instigados a un tiempo de su fiereza y del deseo de agradar a vuestros encarnizados enemigos. Os compadezco asimismo por el dolor intensísimo, acompañado de atroz ignominia que padecisteis cuando al dolor y humillación de vuestros azotes, sin repo so ni alivio alguno, violentamente asentaron y clavaron sobre vuestra sagrada cabeza, tratándoos de Rey de burlas, la corona de numerosas y punzantes espinas.
Admiro la ferventísima caridad con que castigasteis en vuestra inocentísima carne las torpezas y deleites sensuales de la nuestra, y en vuestra venerable cabeza los malos pensamientos, deseos y feas imaginaciones que en la nuestra se anidan y se fomentan. Aláboos, Señor, y os bendigo, y os doy infinitas gracias por los poderosos motivos de esperanza que me dejasteis en estos misterios, y señalada mente por haber querido sufrir el suplicio propio de los esclavos, pues lo sufristeis para levantarnos de tan vil condición a la alta dignidad de hijos de vuestro Padre celestial, y coherederos vuestros en la rica herencia de la gloria.
Concededme, Señor, que vuestros azotes resuenen siempre en mi corazón y vuestras espinas puncen a todas horas mi espíritu, para que no perdiendo por el pecado el ser de hijo, tampoco pierda el derecho a la herencia que me habéis merecido, y concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo! que lastimosamente llagado por los azotes, afrentosamente vestido de Rey de burlas, con rostro macilento y ensangrentado, con pasos vacilantes por el frío y por la debilidad consiguiente a tan crueles tratamientos, quisisteis, para colmo de vuestra infinita paciencia, ser así llevado a la presencia de aquella muchedumbre insolente, y que sufristeis que al anunciaros el Presidente con aquella misteriosas palabras: Ecce Homo, traspasase vuestros oídos y vuestro corazón aquella ingrata e inhumana respuesta: Tolle, tolle, Crucifige eum: apártale, apártale de nuestra vista y crucifícale: yo os compadezco, ¡oh alivio y fortaleza de los atribulados! por el cúmulo de penas que os rodearon en este misterio, y señaladamente cuando estando Vos tal, que hubierais ex citado la compasión en el corazón de un tigre, y cuando vuestra presencia hubiera debido arrancar las lágrimas de la multitud, aquellos corazones de bronce no se conmovieron, y aquellas lenguas venenosas derramaron en palabras blasfemas el tósigo de odio y envidia que contra Vos nutrían sus infernales pechos.
Os compadezco, Señor y bien mío, por la injustísima sentencia que contra con ciencia y razón pronunció contra Vos Pilatos, juez inicuo y débil, pues con villana condescendencia entregó para la muerte la inocencia misma, que sois Vos. Os compadezco al mismo tiempo, por el intenso dolor que os causó el ver al pueblo de los judíos sellar con su obstinación y dureza su funesta ruina y reprobación.
Admiro, Jesús mío, la generosidad de vuestra incomparable caridad, pues circundado de tantas angustias y dolores sentíais aun más que vuestros padecimientos la perdición de aquellos mismos que se desvivían por perderos.
Os alabo y bendigo, y os doy infinitas gracias por los poderosos motivos de esperanza que resplandecen en estos misterios, y señaladamente en aquellas palabras : Ecce Homo. He aquí el Hombre; por que si bien el Presidente gentil las dijo para mostraros al pueblo de la ingrata Jerusalén, Vuestro Eterno Padre se las hizo decir para manifestaros al mundo entero a fin de que os mirasen y viesen en Vos al Hombre Dios, profetizado tantos siglos antes, tan deseado de los Patriarcas, al Redentor y Salvador de los hombres, a la fuente inagotable de gracias, a donde deben acudir todos los que tienen sed de verdaderos bienes y de sólida dicha y bienaventuranza.
Concededme, Señor (que aborrezca siempre la vil conducta de los judíos, que pedían que os apartasen de su vista y os diesen la muerte, y que desee constantemente) que viváis en todo tiempo en mi corazón, para que unido íntimamente con Vos, goce a toda hora del influjo de vuestra gracia en esta vida, y en la otra del eterno refrigerio, y concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo, que pronunciada contra Vos la inicua sentencia de muerte, fuisteis conducido al Monte Calvario, llevando sobre vuestros divinos hombres el pesado madero de -la Cruz y con ella el enorme peso de nuestros pecados, del cual oprimido caísteis repetidas veces en el áspero y fatigoso camino: Yo os compadezco, Cordero inmaculado de Dios, que para quitar los pecados del mundo, caminasteis silencioso al lugar del sacrificio, acompañado de la infernal algazara de vuestros triunfantes enemigos.
Os compadezco por la injusticia de llevaros entre ladrones, como si fuerais uno de ellos, y por la crueldad con que al caer bajo el peso de la Cruz, os hadan levantar a empellones, tirando con violencia de vuestro sagrado vestido, mostrando en ese durísimo tratamiento el odio que dominaba a vuestros perseguidores. Os compadezco, por el gravísimo dolor que os causó el divisar en tan penoso camino a vuestra Santísima Madre, traspasada de la pena más aguda y penetrante, viéndoos en tan lastimoso estado sin poderos prestar el más ligero alivio. Os compadezco finalmente, al consideraros tan acabado de fuerzas, tan fatigado y desfallecido, que no sólo arrancasteis las lágrimas de algunas sensibles mujeres, sino que aun vuestros mismos perseguidores llegaron a temer que os faltaría la vida antes de llegar al Monte Calvario, que por eso, y no por piedad, dispusieron que os ayudase a llevar la Cruz el dichoso Simón Cirineo.
Admiro, Señor, la inmensa caridad con que para aliviarnos a nosotros del peso de nuestros pecados, os abrazasteis con el penosísimo trabajo de llevar como verdadero Isaac sobre vuestros hombros, la leña para el gran sacrificio.
Os alabo, Señor mío Jesucristo, os ben digo y os doy infinitas gracias por todo cuanto por mí padecisteis en el camino del Calvario y por los motivos de esperanza que nos dejasteis en estos misterios y en la especial demostración de cariño que nos hicisteis, dignándoos dejar estampada en el lienzo de la piadosa Verónica la imagen de vuestro fatigado, macilento y ensangrentado rostro, para que mirando en él reflejados vuestros padecimientos, saquemos fuerzas para resistir a todas las tentaciones, queriendo antes morir que tornar a ofenderos.
Concededme, piadosísimo Señor, que por vuestra Santa Cruz, lleve yo con perfecta resignación y aun alegría de espíritu, las que tengáis por bien enviarme, ya sean de pobreza, ya de enfermedades, ya de persecuciones, ya de interiores angustias, ya de exteriores tribulaciones, pues sobre que por mis pecados las merezco, no hay cosa ni más gloriosa ni más meritoria que el padecer con Vos y llevar la Cruz para Imitaros. Concededme también la gracia particular que os pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Se recomienda postrarse delante de la imagen del Santo Cristo]
[Señal de la Cruz]
¡Señor mío, Jesucristo! Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
Santísimo Cristo de la Esperanza, ca mino, verdad y vida para nuestras almas: postrado ante vuestra divina presencia, adoro con el más profundo respeto y veneración vuestra soberana e infinita Majestad, y gustoso me rindo y sujeto a ella, con toda mi alma, con todo mi corazón y con todos mis sentidos y potencias, deseando con sincerísimo afecto, que en todo tiempo y lugar se cumpla en mí y por mí vuestra santísima voluntad.
Os confieso por verdadero Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor nuestro, por quien hemos recibido todos los bienes que poseemos, así en el orden de la naturaleza, como en el de la gracia; y deseo vivamente, que como a tal, os confiesen y presten debido obsequio de gratitud todos los hombres: os reconozco como el fundamento de nuestra esperanza, pues del piélago infinito de vuestros mere cimientos, cual de fuente perenne e inagotable, corren hacia nosotros los salutíferos raudales de aquellas gracias que nos han de confortar para el exacto cumplimiento de vuestra divina Ley, que es el medio infalible de conseguir nuestra eterna bienaventuranza.
Ruégoos por tanto, benignísimo Señor mío, que con la luz, suavidad y eficacia de vuestros divinos auxilios, ilustréis mi entendimiento, excitéis y mováis mi voluntad, para que considerando en esta santa Novena los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en los misterios de vuestra Sacratísima Pasión, me sirvan, no para descuidarme con indiscreta presunción en el negocio de mi salvación eterna, sino para que correspondiendo a vuestras bondades, me empeñe con mayor fuerza y perseverancia en conseguirla, pretendiendo en todas las cosas vuestro divino servicio y gloria.
Reconozco que me he hecho indigno de este favor, por los innumerables pecados que he cometido, de pensamiento, de palabra y de obra, así directamente contra el honor debido a vuestra suprema Majestad, como contra mi mismo, y en perjuicio y daño de mis prójimos.
Pero no miréis, ¡oh Padre amorosísimo! a mi indignidad, sino mirad a lo que Vos sois, y a lo que en mi favor reclaman vuestra benignidad y misericordia infinita: atended, dulcísimo Redentor de mi alma, a que no se pierda en mí el in estimable fruto de la preciosísima sangre que por mí derramasteis, y fijad, Señor, la vista en esos dos fidelísimos testigos de vuestra muy penosa agonía, vuestra dolorosísima Madre y el amado discípulo, en persona del cual nos la disteis por Madre nuestra, y mediante el patrocinio de ambos, que imploro humilde y confiado, no dejéis de favorecerme en lo que os pido, a fin de que, esperando debidamente, logre así en esta vida como en la eterna, los bienes que nos habéis prometido.
[5 Padre nuestros, Ave Marías y Gloria Patri, en reverencia de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo].
Jesús dulcísimo, que estando ya en el Monte Calvario, lugar de vuestro sacrificio, fuisteis despojado violentamente de vuestras vestiduras, tendido y clavado en el madero de la Cruz, levantado en ella, y colocado entre dos ladrones, y que después de tres horas de penosísima agonía para consumar la misericordiosa obra de la redención humana, expirasteis.
Yo os compadezco, ¡oh víctima inocentísima! por la crueldad con que al des pojaros de vuestras vestiduras os renovaron las recientes llagas, y con que al en clavaros descoyuntaron vuestros sagrados miembros, y por el dolorosísimo estremecimiento que sufristeis en todo vuestro sacratísimo cuerpo cuando levantado en alto en la Cruz, la introdujeron de pronto, dejándola caer a plomo en el agujero que a este fin habían ahondado en la dura peña.
Os compadezco, ¡oh gloria y alegría de la Jerusalén celestial! por el dolor e ignominia afrentosa con que desnudo y entre dos malhechores, os presentaron a la vista de aquel numeroso concurso, sufriendo las invectivas y burlas de los insolentes con portentosa humildad y paciencia.
Admiro, alabo y bendigo la ardentísima caridad con que por nuestro amor quisisteis, no sólo mostrar vuestra obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz, sino también acompañar esta muerte con todas las circunstancias que la habían de hacer más sensible y dolorosa; entre las cuales no fue la menos atormentadora la de padecer estos dolores y afrentas en presencia de vuestra afligidísima Madre, cuyas mortales angustias, así como nadie sino Vos las podía comprender, así nadie las sentía tan vivamente como Vos.
Os doy, Señor, infinitas gracias por la generosidad con que cumplisteis con el oficio misericordioso de fiador y redentor nuestro, ofreciendo a vuestro Eterno Padre para el rescate, una paga no sólo suficiente sino sobreabundante e infinita, y por tanto capaz para rescatar innumerables mundos si los hubiera. Os doy asimismo gracias infinitas por los poderosos motivos de esperanza que nos dejasteis en es tos misterios, y especialmente en las siete palabras que para nuestro consuelo y enseñanza pronunciasteis desde la Cruz, como de excelsa Cátedra, pidiendo a vuestro Eterno Padre perdón para vuestros verdugos y para todos los demás pecadores, dejándonos a vuestra Sacratísima Madre por madre nuestra; ofreciendo al ladrón con vertido el paraíso: manifestando la sed que os abrasaba de la salvación de nuestras al mas ; animándonos con vuestro desamparo a no desmayar ni caer de ánimo en el ca mino de 'la virtud, por más desamparados que nos veamos; asegurándonos que ya estaba consumada la obra que vuestro Eterno Padre os había encomendado de sacarnos de la esclavitud de Satanás y en señarnos el seguro camino del cielo; y por último, encomendando vuestro espíritu en las manos de vuestro Padre y padre nuestro, convidándonos y fortaleciéndonos, con tan tierno y dulce ejemplo, para que en todo trance y con especialidad en el de la muerte encomendemos nuestro espíritu en las manos de tan amoroso Padre.
Concededme, Señor, que me aproveche de los copiosos frutos de vuestra Pasión y Muerte, que reciba con docilidad vuestras enseñanzas y practique vuestros soberanos ejemplos, y no me neguéis la gracia particular que os he pedido y pido en esta santa Novena, si ha de ser para mayor honra y gloria vuestra y bien de mi alma, para que agradecido a vuestras bondades y finezas, y auxiliado poderosa y eficaz mente de vuestra gracia, crea siempre y firmísimamente todo lo que habéis revelado, espere con confianza todo lo que habéis prometido, y ardorosamente crezca en caridad hasta que esta reina de las virtudes reciba su última perfección en el cielo. Amén.
[Ahora se hace la petición particular].
Santísimo Cristo de la Esperanza, que con tan preciosa invocación, y en tan devota, veneranda y prodigiosa imagen, os dignáis honrarnos con la confianza que me inspira un título tan consolador y glorioso, humildemente os ruego que tengáis por bien no apartar jamás vuestra misericordia y favor de vuestros devotos hijos, así de los que gozan constantemente de vuestra presencia, como de los que atraídos por las gracias y favores que con mano liberal dispensáis a los que os invocan, concurren a porfía de otras partes a visitaros y veneraros en esta vuestra prodigiosa imagen, y a daros gracias por las mercedes que les habéis dispensado. Descienda, Señor, sobre los unos y los otros el torrente de vuestras bondades: sanadlos en sus dolencias, consoladlos en sus tribulaciones, iluminadlos en sus dudas y oscuridades, socorredlos en sus miserias, pacificadlos en su discordias, favorecedlos en sus empresas, defendedlos en sus tentaciones, libradlos en sus peligros, y confortad los en sus buenas obras. Bendecid, Señor, a sus familias, fecundizad sus campos, multiplicad sus ganados, conservad sus frutos, prosperad sus casas, y sobre todo apartadlos de los pecados, y mantenedlos en vuestro divino servicio, y gracia para que agradecidos y felices, os bendigan y alaben en esta peregrinación, y os alaben también y bendigan eternamente en la gloria. Disipad, piadosísimo Redentor de los hombres, las tinieblas de la gentilidad, con los resplandecientes rayos de la divina fe: ablandad la orgullosa dureza de los herejes y cismáticos, mudando su obstinada pertinacia en humilde docilidad a las enseñanzas celestiales de vuestra divina esposa la Santa Iglesia. Convertid, Salvador de las almas, a todos los pobrecitos y desventurados pecadores, y convertidlos tan eficazmente, que de enemigos vuestros, se muden en verdaderos amigos y finos adoradores, de escandalosos en edificantes, de soberbios en humildes, de avaros en limosneros, de carnales en castos, de iracundos en sufridos, de destemplados en sobrios, de envidiosos en caritativos, de perezosos en solícitos, activos y cuidadosos.
¿No veis, no veis, Señor, cuántas almas se pierden, no veis cuántos se precipitan en el infierno; unos seducidos por las malas doctrinas, otros por los malos ejemplos; unos arrastrados por su impurezas, otros por sus odios y enemistades; unos impelidos por la codicia, y otros por los daños que causan al prójimo en sus personas y en sus haciendas? Recoged, pues, Pastor Divino, todas las ovejas descarriadas, para que el lobo infernal no las devore y se pue da hacer de todas, bajo un mismo Pastor, un solo aprisco.
Desde tiempos muy remotos
Esta villa afortunada
Te venera reverente,
Y tu honor devota ensalza.
A nos, pues, tus ojos vuelve
Y con tu dulce mirada,
Prodigioso Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza.
Tus mercedes atrajeron
De feliz y ancha comarca
Mil devotos que desean
Visitarte aquí en tu casa.
Otorgando lo que piden,
Y escuchando a los que llaman,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Todos ellos sus dolencias,
Duelos y penas amargas,
Te presentan humillados
Ante las divinas aras.
Remediándoles sus males,
Y curándoles sus llagas,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti los ciegos consiguen
Tornar a ver la luz clara;
Por ti la madre logró
La salud de su hija amada.
Con tamaños beneficios,
Que de amor son prenda grata,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por ti de ojos, tullidos
Y de mancos adornaran
Tu Santísimo Sagrario,
De salud las pruebas claras.
Oye, pues, nuestros acentos,
Eco de nuestras plegarias,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Por tu favor se hizo inútil
La ya dispuesta mortaja,
Que en feliz, grato trofeo
Tu piedad la transformara.
Con bondades tan cumplidas,
Consolando a tu grey cara,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Tú los campos fertilizas,
Tú bendices las cabañas
Del devoto que prudente
a tu puerta humilde llama.
Tales dones repartiendo
Tu bondad con mano franca,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
En mortales pestilencias
Y en sequías dilatadas
La pureza al aire vuelves
Y a la tierra frescas aguas.
Con tan dulce protección
Que nuestros pechos inflama,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
El prodigio más precioso,
Que es rendir a ti las almas,
Se experimenta al tocar
El umbral de tu morada.
Tu presencia las conmueve
Y tu gracia las ablanda.
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Con fe viva, con amor
Y esperanza en ti fundada,
Te rogamos nos bendigas
En el cuerpo y en el alma:
Y en el trance en que del cuerpo
El espíritu se aparta,
Prodigioso, Santo Cristo,
Llena tú nuestra esperanza
Super omnia ligna cedrorum tu sola ex celsior, in qua vita mundi pependit, iu qua Christus triumphavit, et mors mortem superávit in aiternum.
Adoramus te, Christe, et bcncdicimus tibí.
Quia per Crucem tuam redemisti mundum.
Deus qui nos hodierna die Exaltationis Sancta: Cru cis annua solemnitate lotificas; prasta, qua:sumus, ut, cujus mysterium in térra cognovimus, ejus redemptio nis pra:mia in coelo mereamur. Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.
[Procurar confesarse y comulgar]